Historia de la Música Popular I - El Pacto con el Diablo

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En Misisipi, hace casi unos cien años, contaban que un hombre se paseaba por las calles nocturnas con una guitarra al hombro. Bien vestido, aunque con alguna rasgadura en el tejido, iba buscando algún portal donde poder refugiarse, algún compañero de viajes que le dejara tocar un rato sus seis cuerdas y comer un plato caliente. De vez en cuando cogía su guitarra y hacía sonar algo extraño, algo que nadie había escuchado jamás. Aquello era tan cautivador que uno no podía dejarlo, aún sabiendo que eso podía condenar su alma para siempre. Aunque nadie le conocía en persona (siempre era algún conocido quien afirmaba haberlo visto), la gente de los condados sí que tenía un nombre para él: Henry Sloan.

Y es que no había habitante de Misisipi que no hubiese oído hablar de este curioso personaje. Muchas eran las historias en las que alguien se había vuelto completamente loco al escuchar la guitarra de Sloan, otros decían que su mirada podía helar la sangre, que algunos habían muerto aterrorizados por su presencia. Pero lo único en lo que todos coincidían era que de sus manos salía algo nuevo, algo para lo que la música no estaba preparada, algo que podía revolucionar la historia. Se le atribuyó condición de fantasma, de buscavidas muy astuto, hasta de diablo. Su fama se fue expandiendo y algunos adolescentes que veían en la música una vía de escape para sus vidas opresivas y tortuosas se impusieron una misión: encontrar a Sloan para que les enseñara el camino.

Entre ellos estaba un aún jovencísimo Charlie Patton (aka Charley Patton). Este deseaba con todas sus fuerzas encontrar al hombre misterioso que le enseñaría los secretos de la guitarra y de la música. Que le mostraría cómo ser el hombre que siempre había querido ser. Por ello se embarcó en un viaje por todos los condados de la misma manera que Sloan se movía: con una guitarra al hombro a las horas más intempestivas. Poco le importaba si se trataba de un muerto viviente, de un fantasma o de Lucifer. Patton quería encontrarlo a toda costa.

Porque en una época tan tortuosa como esta para los negros en el sur de Estados Unidos, incluso una tarde con el diablo podía ser mejor opción que tu vida cotidiana. Era un conocido más, un amigo, un confidente, un compañero de batalla, un recolector de algodón... incluso un reverendo. Había alcanzado un status de normalidad para los habitantes de esa región de Estados Unidos, había conseguido ser uno más entre la multitud, y eso le encantaba. Porque todo el arte que se había hecho milenios atrás se había consagrado a la figura divina, a su antagonista de arriba. Y siempre pensó que su historia era mucho más interesante que la de Dios, pero no había tenido los mismos recursos ni las mismas simpatías del público. 

Patton estuvo buscando a Sloan durante meses, preguntó a aldeanos, a dueños de locales, a terratenientes, a la calaña más baja de la sociedad, pero ninguno lo había visto. Recogió poco más que un relato de un hombre que creía haberlo visto desde su porche y otro que contaba que un tal H. Sloan se había alojado en el motel de la ciudad. Nadie le había visto entrar ni salir, pero ahí estaban su nombre y su firma.

Incrédulo pero nervioso, Patton se decidió a entrar al famoso motel y le preguntó al dueño si podía quedarse con esa firma, a lo que este le dijo que por un módico precio era suya. Así que ahí estaba Patton, sin un centavo y con la firma de su ídolo desconocido vagando sin rumbo por Misisipi. Se hacía tarde aquel día y se quedó dormido apoyado en el porche de una casa sin nombre. Bien entrada la madrugada un escalofrío le recorrió el cuerpo y se despertó sobresaltado. Miró a su alrededor, no vio nada, pero notó algo. Una fuerza extraña y oscura le empujaba a coger su guitarra y tocar. Algo pasaba en sus dedos, parecía que los estaban guiando para que brotara ese extraño sonido cautivador. Ojalá alguien lo hubiera visto, ojalá alguien lo hubiera oído pero estaba allí sólo, componiendo la canción que podría cambiar el mundo, que podría sacarlo de la pobreza, de los campos, de la miseria. Y entonces apareció. No era una luz cegadora, todo lo contrario, era la pura oscuridad. Abrigo negro, piel oscura, guitarra negra... pero lo peor era su mirada. Su mirada no era negra, era un agujero, era el vacío. Aquella sombra se giró hacia él y empezó a llover. Patton siguió tocando y al hacerlo abrió una puerta que nunca se volvería a cerrar, aunque el verdadero final se revelaría años más tarde.



Esa puerta la atravesó uno de los mejores amigos de Patton, Son House. House también era músico, también tocaba la guitarra, pero era muy diferente en cuanto a las aspiraciones de Patton; para empezar, era predicador. Para ser más exactos, era el hijo de un músico que había hecho la conversión a predicador. Cansado de la mala vida, del alcohol, de las mujeres de una noche, de los robos y de los tiroteos el padre de House se retiró a la vida espiritual, aborreciendo todo de su etapa anterior. Por eso enseñó a su hijo a rezar, a vivir la vida de iglesia, y principalmente, a odiar a los músicos, especialmente si eran de blues. El blues se veía como la música del diablo y no quería que su hijo se corrompiera de esa manera. Pero a House hijo no le convencía la vida que su padre le estaba ofreciendo y buscó la manera de hacer la conversión inversa: de hombre religioso a músico de blues. Quería todo aquello que su padre rechazaba de manera frontal, aunque no abandonó sus tareas de predicador hasta años más tarde de adentrarse en el blues.

Pero House todavía no pensaba así la noche en que Patton se encontró cara a cara con Sloan. Por ese entonces, House todavía tenía esperanzas en la fe, en la religión, en Dios. Sin embargo, esa noche tuvo que rechazar toda esa espiritualidad por otra muy diferente. Aunque dormido, House pudo sentir las vibraciones, pudo escuchar cada una de las cuerdas que Patton estaba rozando en ese preciso momento. Entró tan dentro de él que no pudo sino levantarse al día siguiente, sacar la olvidada guitarra de su padre y ponerse a tocar hasta que las manos sangraron.

Conforme se fue haciendo adulto, House se acostumbró a frecuentar los tugurios más indeseables, a jugar, a beber, a sentir todo lo que hacía un bluesman verdadero. En una de las fiestas a las que solía asistir se sentó a la mesa de póker junto a otros vividores en busca de fortuna. La cosa le estaba yendo bien, en una mano llegó a tenerlos a todos atemorizados con un all in que parecía ser su jugada ganadora. Tenía un póker de ases y estaba convencido de su victoria. La mayoría se retiró al ver toda su suma de dinero en la mesa, pero hubo uno de ellos que se quedó y aceptó la apuesta. Esto consternó al bluesman, pero nada le iba a hacer temblar con una mano como aquella. Llegó el momento de destapar las cartas y fue entonces cuando House comprobó que lo había perdido todo. "Escalera de color" dijo el otro. Hubieron unos instantes de incertidumbre. Todos miraron a House porque sabían que iba a entrar en cólera. House clavó sus ojos en el que había destrozado su jugada. Parecía estar analizándole, juzgando cómo lo había conseguido.

Su adversario se llamaba Leroy Lee y House le acusó de no haber jugado limpio. Lee, evidentemente, se sintió ofendido y los dos se enzarzaron en una pelea a la que pronto se había unido media taberna. La cosa se puso fea cuando Lee sacó un revólver y, casi al instante, House también. Empezaron a dispararse y Lee acabó en el suelo muerto. Nuestro bluesman acabó en la cárcel y allí permaneció un año hasta que sus amigos y familiares consiguieron el dinero para sacarle. Durante ese año House conoció a muchos reclusos, pero hubo uno que le impresiono sobremanera. Era un hombre oscuro y taciturno, que no gustaba al resto de presos. Nadie le dirigía la mirada, ni siquiera parecían verlo. Un día se sentó junto a House en la comida y le preguntó por sus dones con la guitarra:

- ¿Eres guitarrista verdad?
- Sí, fuera de aquí lo soy. También predicador.
- He oído que eres bueno, pero que podrías serlo más. He oído que hay algunos que son mejores que tú.
- Sí... El problema es el tiempo, ¿sabes?. La vida de noche y los oficios de día no me dejan tiempo para la guitarra.
- Creo que deberías dejar el mundo religioso, no te está haciendo ningún bien.
- No creas que no lo he pensado...
- Decídete. Ahora nadie va a ir a tu iglesia. No puedes ser un predicador convicto. Pero sí un músico de blues convicto. Eso tiene mucho más futuro.
- Ya.

Cuando House salió de la cárcel no podía quitarse las palabras del extraño preso de la cabeza. Así que colgó su alzacuellos y sintió que jamás había tocado tan bien como a partir de entonces.



Otro que pasó por el arco de Patton fue uno de los que iban a las antiguas monsergas de House. Un joven llamado Nehemiah Curtis James, conocido como Skip James. Aunque acudiera a la iglesia como debían hacer los hombres de bien, lo cierto es que James era más bien un canalla, un bandolero que se jactaba de portar cuchillo y pistola allá donde iba. Más que músico era traficante de whisky, cosa que le reportaba importantes beneficios. Sus amistades eran otros bandidos y sus relaciones "amorosas" poco más que una noche con mujeres que él trataba como objetos. 

James podía haber pasado por un matón más del condado de Misisipi, de no haber sido por el hecho que le cambió la vida para siempre. En una de sus actuaciones él estaba preparado para hacer la rutina de siempre: tocar cuatro canciones, empezar a beber como si no existiera un mañana, enzarzarse en alguna pelea y alardear de sus armas. Pero algo le distrajo de este ritual: una mujer que le miraba desde el fondo de la sala. No era una mujer como las habituales que se fijaban en James (o las que él pagaba). Algo la envolvía en un halo místico que le hacía parecer una sirena sombría.

James fue a su mesa, y la invitó a un whisky. Ella se lo bebió de un trago y se presentó: 

-Soy Oscella Robinson.
-Skip James.
-Lo sé.
-Me he dado cuenta de que estabas observándome toda la noche.
-No sé si te habrás fijado en que nadie más en la sala me está mirando a mí.
-Me da igual el resto de la gente, si me conoces lo sabrás. Llevo la pistola solo por si alguien se pone tonto.
-Ja, ja. Ya sé que no te dan miedo los hombres Skip. Pero las mujeres tenemos un poder que jamás entenderéis.
-Todavía no ha habido mujer que me pueda dominar Oscella. Ni creo que nazca nunca. Me debo completamente a mi música y a mí. No entiendo la vida de otra manera.
-Creo que no me estás entendiendo. Pero vamos por buen camino. Yo también creo que tu música es importante. Y tenemos que hacer que lo sea más.
-¿Me vas a patrocinar? Jamás permitiría que lo hiciera una mujer.
-No te voy a patrocinar, me voy a casar contigo. Y vas a ser mucho más grande de lo que eres.
-No pasaremos de esta noche Oscella.

A los pocos meses James y Robinson estaban casados. Ella lo cambió completamente todo para el bluesman. A partir de su enlace James modificó su actitud, su visión de las mujeres, su modo de vida. Como a William Munny en Sin Perdón, el amor de una mujer le hizo intentar expiar sus pecados. Dejó de beber, casi no fumaba y llevaba mucho tiempo sin meterse en líos. Además había mejorado mucho en su técnica de guitarra porque Oscella le obligaba a practicar todos los días. Para ella todavía no había encontrado su sonido, todavía le faltaba algo que le hiciera único, que le hiciera pasar a la posteridad. Y él seguía buscando complacerla.

Pero ya no sabía qué más hacer. La técnica de James era muy buena, muchos músicos de la época ya lo admiraban, sus letras eran tristes, un lamento y una denuncia de la horrible época que estaban viviendo los negros en Estados Unidos (no hay más que ver Hard Times Killing Floor Blues, por poner uno de los ejemplos más escalofriantes), pero nada la convencía, nada la contentaba. Después de un duro día de trabajo, James volvía a casa para seguir practicando con su guitarra y encontrar así "el sonido". Abrió la mosquitera de su chabola y no encontró a su mujer donde normalmente le esperaba cada día. Recorrió la estancia, se dirigió hacia la habitación y abrió la puerta de un golpe. Lo que más había temido estaba sucediendo frente a sus ojos: Oscella se estaba acostando con otro hombre.

Al poco tiempo le abandonó para casarse con él, un veterano de la Primera Guerra Mundial. Sus últimas palabras a James fueron: "Ahora lo vas a encontrar". Y así fue. El dolor y la rabia por el fracaso sentimental inspiraron a James para escribir su canción más conocida: Devil Got my Woman. Un sonido que por veces recuerda a un canto tribal africano, un quejido herrumbroso que sale desde los profundidades más lovecraftianas. Algo tan estremecedor que puede desvanecer un día soleado. 

Además, si ya en la imaginería bluesiana la mujer es presentada como la causante de todas las desgracias del protagonista (y el diablo suele jugar un papel más de cómplice o de compañero), en la obra de James esta visión empeora: la mujer se convierte en el mal personificado. La misoginia de James se intensificará con los años pero ninguna canción alcanzará la oscuridad que se esconde tras el canto lastimero de James en Devil Got my Woman. Si hubiera que escoger una melodía que nos avisara de que el día del juicio se acerca, sería sin duda esta. 



Cuando House y Patton empezaron a tocar juntos y Skip James encontró su sonido, el blues del Delta parecía haber encontrado sus reyes. También tenían súbditos leales como Tommy Johnson o Willie Brown que iniciaron el camino, pero ellos tres habían hecho de esta música algo que se podía "vender", algo que se podía considerar como arte. Como todos los ídolos, los bluesman tenían admiradores, pero uno de ellos destacaba con diferencia. Siempre estaba detrás de ellos, quería ser como ellos, tocar como ellos, beber como ellos. Morir como ellos si fuera necesario. Aunque halagador, el pequeño Robbie les molestaba la mayoría de las veces. Intentaban enseñarle a tocar pero aunque ponía todo su empeño era un completo negado: rompía las cuerdas, no sabía afinar la guitarra, no acertaba las notas y ni siquiera sabía seguir el ritmo de las canciones más simples. Al final, siempre le daban largas para que se fuera.

Así que un día Robbie se fue. Se fue lejos, no quería seguir en un pueblo donde la mayoría de gente se burlaba de él por intentar dedicarse a la pasión de su vida. Se fue con una guitarra destartalada y su traje a caminar sin rumbo a través del Misisipi. Si alguien lo hubiera visto en ese momento se hubiera encontrando con un adolescente que había perdido toda esperanza y cuya única meta era escapar hacia adelante sin saber muy bien cómo ni porqué. Sólo tenía clara una cosa, iba a conseguir ser el mejor guitarrista de todos los tiempos.

Aunque él sabía que tal y como tocaba era imposible que alguien pudiera llegar a pensar eso. Tocaba noche y día, pero sólo conseguía que la guitarra sonara como algo parecido a rocas chocando. Un día, caminando bajo el árido sol se le unió un extraño hombre en su paseo. Vestía una gorra roja, calada hasta los ojos, iba con una camiseta blanca de tirantes raída y unos pantalones de pana sujetos con unos tirantes negros. Robbie siguió caminando mientras el desconocido seguía su paso sin mediar palabra. Al muchacho no le gustaba el silencio, así que lo rompió de la mejor manera que pudo:

-¿Llevas mucho tiempo en el Delta?
-Mucho más tiempo que tú. Llevo tanto que ni me acuerdo de cuando llegué.
-¿Y hacia dónde vas?
-Solo te acompañaba. Sigue caminando.
-...

Así siguieron durante millas, en silencio, sin mirarse, simplemente eran dos personas caminando una junto a otra. Robbie notaba algo en él que le infundía cierto temor, que le hacía estar tenso. Pero solo pensaba en alcanzar su futuro.

El desconocido no paraba de murmurar cosas sin sentido. Llevaba una especie de cantimplora que no soltaba bajo ninguna circunstancia. Caminaron varios días, pero llegaron a un punto en el que los dos se pararon a la vez: un cruce de caminos.

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Esto es algo muy típico en la mitología americana, ya que su simbología permite dirigirse a lo más profundo de la cultura estadounidense: la individualidad, la lucha personal, la elección. Para los americanos, si se abren mil caminos distintos ante ti significa que tienes la gran suerte de poder elegir entre todos ellos. Toda tu vida está condicionada por tus actos y por tus decisiones. Y aunque puedas seguir el bello ejemplo de Robert Frost en The Road not Taken y escoger el "menos transitado", sabes que eso sólo significará que vas a modificar a ciegas tu destino.

Después de quedarse parados, el extraño se volvió hacia Robbie y su rostro cambió de una manera sobrenatural. Se le empezaron a hundir las cuencas de los ojos, se le desfiguró la cara y cuando empezó a hablar su voz surgió de entre las profundidades de la tierra:

-Ya sabes por qué estamos aquí.
-Hola Henry.
-Hola Robert. ¿Sabes lo que esto significa verdad? Sabes el precio.
-Perfectamente.
-Bien. Entonces toma, bebe de aquí.
-Gracias.
-YA NO HAY VUELTA ATRÁS. QUE EL BLUES SEA CONTIGO.

Robbie cogió su guitarra y bebió de la extraña cantimplora. Su alma había cambiado de dueño, pero todos los secretos del blues, todas las técnicas de guitarra imposibles para él se habían transformado en un juego de niños. Nadie le podría superar, y lo más importante es que podría vengarse de aquellos que se burlaron de él. Ya como Robert Johnson, el bluesman volvió a su pueblo natal y buscó a Son House y a Charlie Patton. Los encontró sentados en el porche, tocando. House le llamó, le preguntó dónde había estado todo este tiempo y si ya había dejado de romper cuerdas por ahí. Johnson no dijo ni una palabra, se limitó a coger su guitarra y comenzó a tocar. Aquel despliegue fue demasiado para Patton y House: coros con la guitarra, arpegios imposibles, técnica de slide que jamás habían visto... Sabían todo lo que Johnson había sacrificado para conseguir eso y aún así le envidiaban por ello.

Y es que desde aquel cruce Robert Johnson pasó a convertirse en la mayor leyenda del blues de todos los tiempos. Aunque pronto murió envenenado por un marido celoso de una de las muchas mujeres con las que pasó una noche, antes consiguió grabar 28 temas con el sello Vocalion en dos sesiones separadas por un año, unas cuantas en 1936 y otras en 1937. Poco más se supo de su vida, pero esas canciones eran suficiente para perdurar como uno de los músicos más importantes del siglo.

Nos encontramos ante una selección de increíbles composiciones armónicas, técnicas de guitarra que parecen dos guitarristas simultáneos y una imaginería musical que será el caldo de cultivo para los géneros más importantes de la música popular, desde el pop o rythm and blues hasta el heavy metal, pasando por el rock e incluso el soul. Muchos dirán que la mejor canción de Johnson es Cross Road Blues y ciertamente es la que más músicos han versionado, la que más referencias ha cosechado, la que finalmente ha sido el tema insignia de este músico. Otros dirán que la mejor lírica de Johnson está en Hellhound on my Trail, que habla de los demonios que le persiguen de una manera que asustaría al mismísimo Edgar Allan Poe, o en Me and the Devil Blues también con referencias al diablo, a esa relación cotidiana que los negros sureños solían tener con el señor oscuro. El halo místico que crea Johnson en estas canciones nos hace sentir en la propia piel los escalofríos que provocarían un cara a cara con el diablo.

Pero si hay una canción de Johnson que refleja de verdad la senda que Patton había abierto y que miles siguieron tras él es Come On In my Kitchen. Es tan opresiva, tan triste, tan espectacularmente nebulosa que te envuelve y te deja totalmente exhausto. Es como si todo lo que estuviera más allá de la habitación fuera un aire irrespirable, árido. Te encuentras con un  mundo en llamas y lo único que puede resguardarte de ese infierno es la guitarra de Johnson. Cuentan que tras tocar esta canción en un concierto se hizo el silencio más sepulcral entre el público y la gente comenzó a llorar sin consuelo. Sería la banda sonora perfecta para esta maravillosa escena de Barton Fink de los hermanos Coen, grandes aficionados a toda la mitología del Delta:


Robert Johnson consiguió llegar al punto más álgido del blues acústico, supo canalizar todas las corrientes y mitologías anteriores al del Misisipi en una música que aún en nuestros días es una fuente de inspiración para miles de músicos y escritores. Nunca lo hubiera conseguido de no haber sido por Patton, House, James o el "otro" Johnson. La ambición de Johnson era tal que superó a sus maestros y se entregó a su condena el día en que Patton le reveló el secreto que tantos años había guardado:

Allí seguía Patton, delante de aquella sombra desconocida, tocando la guitarra de una manera que nunca se le hubiera ocurrido. Aunque estaba aterrorizado y la lluvia le estaba empapando hasta el último centímetro de su cuerpo, no podía parar de tocar. Necesitaba tocar. La sombra se iba acercando, dejando ver un poco más su rostro, su figura desgarbada. Cuando estuvo a pocos palmos de él, le arrancó la guitarra de sus dedos cansados y se puso a tocar una melodía que jamás nadie podrá reproducir. Patton se quedó maravillado. Por fin lo lo había encontrado, ahí estaba Henry Sloan frente a él. Sólo se le ocurrió una cosa que decirle:
-Enséname a tocar.
-(Riéndose) Pequeño Charlie, esto no se puede enseñar. Esto sale de la tierra. Este es el canto de la maldad que vosotros habéis conocido durante toda vuestra existencia. Esto recorre los siglos y atrapa la esencia de todos y cada uno de los actos perversos de la historia, los actos que sólo conocen los muertos para derramar unas gotas sobre los vivos. Si te dijera como tocar esto tu alma estaría condenada. Muchos te seguirían y corromperías a toda la humanidad. Tú eliges, pequeño Charlie.
-Al infierno con ellos.

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Referencias

http://ghostofhenrysloan.blogspot.com/2009/02/unraveling-mystery-of-henry-sloan.html
http://lamusicaesmiamante.blogspot.com/2013/05/el-fantasma-de-la-estacion-que-inspiro.html
https://web.archive.org/web/20071008082419/
http://www.historicaltextarchive.com/sections.php?op=viewarticle&artid=410#
https://georgelamplugh.com/2013/10/01/blues-stories-10-son-house-preacher-killer-father-of-the-delta-blues/
https://www.jotdown.es/2016/04/busca-skip-james/



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