Ya que no creo que deba separarse
un disco de otro en el caso de este cantautor, aprovecharé que acaba de sacar
una nueva obra para analizar su pequeña historia a través de la mía.
Andrés
ha crecido mucho en los últimos años, pasando de ser un artista marginal que
tocaba en bares con un cubata en la mano, a llenar el Palau de la
Música de Valencia el mes pasado. El cubata continua, eso sí. Y me alegro
mucho de ambas cosas.
Me
acuerdo cuando hace algunos años fui a verlo a la Sala Matisse y
éramos unos 40. Nos sabíamos todas las canciones aunque estéticamente no
impactaba tanto. Pero claro, este éxito masivo tiene sus inconvenientes.
Mientras que en el primero conseguir el disco firmado y charlar con él fue
cuestión de minutos, el mes pasado se convirtió en una tarea hercúlea. Y es que
ya tiene sus propias groupies, ya tiene sus fans incondicionales y
la avalancha al salir fue inevitable. Y como ya he dicho, me alegro. Me alegro
de que consiga el reconocimiento que se merece porque este artista para mí es
algo increíblemente especial. Y lo es por una parte porque como en el caso de
Extremoduro, al principio no me gustó. Y por otra, porque tengo que agradecer
el haber escuchado una de las voces más bellas y con mayor sentimiento en
español a la persona más importante de mi vida. Y aquí esto se va a poner algo
lacrimógeno, aviso. Porque ella, de nombre Gemma,
la persona que cuida cual tesoro un disco que Andrés le firmó diciéndole que
nunca le faltara salitre, es la ola que me abraza todos los días. Mi Ley
Innata, como ya publiqué una vez. Ella es el elemento que falta en todas las
imágenes que he expuesto antes.
Nunca
habría llegado a Maneras de Romper una Ola sin ella, nunca
habría estado en la Sala Matisse cantando Lo Malo está en el
Aire a pleno plumón, y, por supuesto, nunca habría contemplado uno de
los conciertos más emotivos de mi vida en el Palau de la Música hace
unos días. Ella siempre está ahí.
Pero
retrocedamos un poco. En 2008, Maneras de Romper una Ola sale
a la luz. Y, como ya he dicho, no me gustó en absoluto. Una producción
horrible, unos músicos que parecían mercenarios sin ganas, un cantautor que
intentaba utilizar una banda pero sin mucho éxito... Pero a ella le encantó.
Pasa. Muchas veces pasa. Ella tiene esa sensibilidad poética de la que yo
carezco, a través de la cual me he podido acercar a muchas más obras
artísticas. Yo soy más narrativo, con un lirismo nulo. Nunca podría escribir
poesía, no tengo esa imaginación, esa capacidad de pensar el mundo a través de
otro mundo, yo sólo veo el que existe. Pero ella sí, y vio algo en Andrés, así
que tuve que acercarme, aunque escéptico. A veces creo que fue el mar. El mar
es tan especial para ella que un cantante como Andrés le tenía que gustar por
fuerza.
Piedras
y charcos (EP) de
2010 me acercó más a la orilla, pero seguía sin bañarme. Empezaba a sentir esa
sensibilidad tan particular que tiene Andrés para hablar del amor (o del
desamor), pero no terminaba de emocionarme. Sin duda fue el hecho de que otra
vez no nos encontrábamos con una buena producción, aparte del hecho de que se
tratara de un EP. Cosas de melómano heavy, nada que objetar ya a la música.
Había algo
más en este cantante, y llegó: Benijo. Pero Benijo en
directo, que evidentemente, ella me mostró. Esa intensidad, esa pasión
cantando, esa manera de dejarse la piel y de llegar a tocar a la gente con la
voz fue algo que me acercó mucho más a él. Y mientras me adentraba en su música
me adentraba en su mar. Ella seguía escuchándolo, claro. Llegó 2011 y
surgió Cuando vuelva la marea. De una manera inexplicable sentí que
este disco me había unido a ella para siempre. Sentí como si me clavaran una
rosa directamente en el corazón.
La
antes mencionada Lo
malo está en el aire fue el primer paso mar adentro. Todo estaba
mucho más cuidado, los músicos sí que sabían lo que la voz del cantante podía
hacer. En una analogía heavy recuerdo que Tony Iommi de Black
Sabbath decía que mientras Ozzy Osbourne acompañaba con su voz
el riff de guitarra, Ronnie James Dio lo traspasaba. Y eso es
lo que hacía él en este disco, la voz era una flecha entre la música que la
acompañaba. Y los instrumentistas lo sabían.
Lo
único que puedo decir de este disco es que ella me hizo sentir la poesía (y no
solo esta, toda en general), y con ello entendí que nada sería más importante
en mi vida, porque si ella podía hacer que un nihilista desencantado, un
empírico sin sensibilidad, viera la belleza del mundo cuando se reflejaba en su
ser, podría hacer cualquier cosa. Y yo con ella. Los dos juntos. Porque no
existe dolor compartiendo mundo.
No
digo que el disco sea perfecto, tiene sus puntos flojos (A media estrella se
queda sin fuelle pese a ser de las más movidas; Más de un 36 quizá
es demasiado comercial; Benijo
aunque sigue siendo increíble pierde algo de fuerza con respecto a su versión acústica
de directo), pero en general es un disco excelente. En él, Andrés cumple uno de
sus sueños al cantar con uno de sus ídolos desde la infancia, el cantautor
cubano Pablo Milanés y la canción (Perdón por los bailes)
es un gran acierto ya que le va como un guante a este último al incorporar
ciertos ritmos latinos, destacando ese dueto vocal a partir del min. 5:00
casi a capella.
Para
mí está lleno de clásicos de su repertorio, como Hay algo más,
de la que pude descubrir (gracias a los monólogos de concierto típicos de
Andrés) que se trataba de una canción dedicada a ese café que tanto ha hecho
por grandes cantautores de este país, el Libertad madrileño; No
te quiero tanto, creo que una de sus canciones más queridas, que
nunca falta en concierto y que regrabó para este disco; Imagínanos,
con una preciosa melodía al piano que me transporta a ese mundo imaginario del
que nos habla; No
me queda un abril para ti, un caso aparte, en la que ese toque celta
que tiene la canción y el gran ritmo que crean los músicos para la misma me
parece sublime; Piedras
y charcos, una bellísima canción con una carga emocional
asombrosa, grabada de nuevo para este disco; sin olvidar el tema extra, Tengo 26, que
grabó en el último momento y que para mí es extraordinariamente expresiva. No
es fácil transmitir a los demás las experiencias propias, pero Andrés en esta
canción lo hace con gran sutileza. La emoción con la que canta es imposible
conseguirla sin vivencias personales que la respalden. Y sin esa sensibilidad
tan a flor de piel de la que gente como yo carecemos.
Con
este disco me llené de arena y sal. Después de él fuimos de la mano a ver cómo
lo presentaba en directo en la Sala Matisse, y todavía me gustó
más. Andrés es un artista de directo, los discos (como él mismo reconoce) no le
permiten ver las reacciones de la gente al escuchar sus canciones, acercarse al
público…Y se nota. Allí estábamos nosotros viéndolo y disfrutando de su
concierto cuasi privado y sobre todo, disfrutando de nuestra historia. Una
unión invisible se forja a través de pequeños lazos de medida infinitesimal.
Son tantos que se convierten en algo tan resistente como el acero. Esa noche y
ese disco para mí fueron, son y serán dos de esos lazos microscópicos tan
importantes.
Como
ya he dicho, Andrés es un artista de directo, y por ese motivo su siguiente
disco fue algo muy original: presentó sus nuevas canciones en un concierto
grabado. Este disco se tituló Moraima y para mí es su mejor
disco hasta la fecha. Pocos artistas se atreven a presentar su nuevo material
en un álbum de concierto, muchas cosas pueden salir mal. Pero este es
inigualable. Cualquier disco del mundo que contuviera una canción como Rosa y Manuel, ya
sería uno de los grandes, pero es que encima el resto de canciones tienen un
gran nivel de composición, con unos músicos de capacidad técnica apabullante,
perfectamente combinados entre sí, y una producción brillante a cargo de
Alfonso Pérez y Peter Walsh.
Andrés
maduró musicalmente de una manera exponencial con Moraima. La ilusión
con la que ella recibió este disco también maduró en mí, haciéndome más
partícipe de todo. Y es que contiene cortes tremendos. La citada Rosa y
Manuel, que trata sobre el amor entre su abuelo (que padecía alzhéimer) y
su abuela, es indescriptible. Ya no solo musicalmente sino líricamente, la
sensibilidad con la que se trata, la delicadeza de mostrar el amor más puro de
la manera más bella que se ha creado me emociona sobremanera. Cada vez que la
escucho me viene a la mente la película de Michael Haneke, Amor, que
trata un tema muy parecido aunque la crudeza de este director hace que no sea
tan lírica sino más tensa. Eso sí, el sentimiento de poder volver a creer en la
humanidad es el mismo. Y la única manera posible es a través del amor. Eso lo
podemos ver en muchas películas actuales (Amor, Interstellar, La Gran
Belleza, El Árbol de la Vida…): la única salvación del ser humano viene de
la mano del amor. Es la única fuerza capaz de superar las reglas del tiempo y
del espacio, lo que da sentido a todas las vidas.
Y
esto es lo que muestran tanto Andrés con su canción como Haneke con su
película: el amor es lo más puro que puede crear el ser humano. Quieren mostrar
otro sentimiento muy diferente del de las típicas comedias románticas. Se trata
de ver cómo la persona que ha sido el amor de tu vida, con la que has
compartido absolutamente todo, la que sabe los secretos que te aterran, la que
ha hecho de tu vida algo completo o incompleto, se va degenerando poco a poco y
no puedes hacer nada para evitarlo. No recuerda quién es ni quién eres. Pasar
esto siendo la persona que puede recordar debe ser una de las situaciones más
devastadoras de cualquier vida (no puedo imaginar cómo debe ser para el que
olvida). Y a su vez, no creo que exista mayor prueba de amor que quedarse a su
lado en todo momento, acompañando su viaje de la manera menos dolorosa posible,
aunque ni siquiera sepa que lo estás haciendo. Lo que me cubre de agua y sal no
sólo es la historia que cuentan estas obras, sino imaginarme que lo mismo me
llegara a pasar a mí: porque sé que fuera cual fuera el caso, haríamos lo
mismo.
Os
recomiendo escuchar todo el disco entero y sin pausas, porque merece la pena.
Si podéis verlo mientras lo oís, todavía mejor.
Y así
llegamos a la ascensión, al olimpo popular de nuestro artista. Nunca ha dejado de
reconocer sus influencias (Extremoduro, Sabina, Quique González, Antonio Vega,
Damien Rice…) y siempre se han dejado notar en la música, aunque el estilo es
cada vez más propio. Suena en las radios, lo anuncian en Spotify, Números
Cardinales se conoce en casi todos los puntos del mismos nombre… En
definitiva, ya no se trataba de aquel cantautor que hacía pases semi-privados
en salas de poca audiencia, ahora ya era todo un cantante popular.
Pero
sigue con sus canciones. El desamor como eje central de su obra no ha
desaparecido, aunque vemos que va superando el odio iracundo hacia su ex. Ahora
es más bien un desprecio cosificado. Ya llegamos con esto a Mi pequeña
historia, su pequeña historia. Podéis imaginaros lo que supuso la
noticia de un nuevo disco de Andrés para ella y de que la gira empezaba aquí,
donde nosotros vivíamos... ¡y cerca de su cumpleaños! No podía hacerle otro
regalo. Ya no íbamos a una sala donde la gente habla mientras el músico toca,
ahora íbamos a un templo donde grandísimos artistas de nuestro tiempo habían
mostrado su potencial. Y le tocaba el turno a Andrés.
El
disco no había salido aún a la venta pero ya se lo sabía entero. Sabía que ella
iba a disfrutar muchísimo del concierto y con eso yo era feliz. Fue un
concierto excelente, con grandes músicos en el escenario. La presentación de
las nuevas canciones estuvo muy bien escogida, intercalando temas más clásicos.
Al principio Andrés estaba algo nervioso, se le notaba el respeto al lugar y
que prefería la cercanía al público que te ofrece una sala o un bar. Pero ya se
irá acostumbrando, ahora ya no puede ir a salas porque reventarían, es su
tiempo de estadios, es un nuevo maestro.
En
ese concierto pudimos disfrutar de grandes canciones. Del disco tengo que
destacar por encima de cualquier otra Clasificados. Andrés
aquí se sale de su registro más conocido y decide jugar el partido en suelo más
inestable. Hablar de un tema tan delicado como son los desahucios a través de
una pareja en la que ella es el motor, el optimismo, la fuerza de los dos, me
parece una genialidad. Dibuja un corte magistral, tocado con la característica
sensibilidad de Andrés, que hace que algo tan crudo vuelva a llenarse de
sentimiento para todos los que lo escuchen. Y cuando duele, el sentimiento es
mucho más poderoso que las críticas más exacerbadas.
Decía
antes que la ira hacia su ex va desapareciendo. Quizá no haya que pasarse, no
se ha ido, sigue siendo Andrés, pero sí que se ha transformado. Como digo, creo
que ahora desprecio es la palabra más adecuada. Y se nota en temas como Te di vida y media o No saben de ti. Dos power
ballads clásicas donde nuestro artista escribe una carta a esta mujer que
tanto daño le hizo, pero no la escribe para que la lea, y esta es la gran
diferencia. Al igual que Kafka con su Carta al padre, esto no va
dirigido a la persona a la que se escribe, esto es para uno mismo. Ese adiós
final en Te di vida y media deja claro que ya le da igual que esa mujer
escuche la canción, o que no.
En
este disco Andrés se acerca mucho más al pop. En cortes como Te doy media noche o Voy avolver a quererte
vemos un tratamiento más comercial de los temas, aunque su voz y sus letras
siguen siendo las mismas. Es lógico que vaya evolucionando hacia estos sonidos
tanto por su firma con una gran discográfica como por acercarse a sus
influencias más directas.
Algunos
cortes son reinterpretaciones con la banda que ya estaban en su repertorio, una
de las más emblemáticas es Si
llueve en Sevilla, donde podemos escuchar el sonido de Andrés.
Para mí esta canción es característica ya del sonido del cantante. Ya tiene su
propio sello personal y esta canción es su paradigma más claro. Dublin es otro de
los temas que ya había tocado en otras ocasiones en directo y aquí la
encontramos con los arreglos que un bandón como el que le acompaña es capaz de
realizar. Un medio tiempo muy sutil que deja todo el protagonismo a la voz y
que, como siempre, consigue contarnos una historia (de amor, claro) y
emocionarnos sólo con el vibrar de su voz.
Un
registro más cercano al rock que tanto le gusta a Andrés lo encontramos
en Luz de Pregonda,
y quizá por ello es de mis favoritas. Está claro que la voz de este cantante
nos remite más a paisajes líricos y para crear el paisaje que los acompañe es
mejor utilizar medios tiempos o baladas, pero aún así, el tema es muy grande,
con unas guitarras a lo U2 que son el campo perfecto donde sembrar la
sensibilidad con la que nos ataca la voz.
Pequeña historia de
Marina tiene un toque muy cubano en la voz, por veces utiliza las
técnicas de fraseo de Milanés. Canción de amor más clásica, balada lenta donde
la protagonista es la voz. Algo parecida es Una noche de verano,
aunque ésta aumente el ritmo al final para mostrar el énfasis de la letra.
Tiene una sonoridad algo más de café, con el piano y una batería jazzística
acompañando a la voz. Aquí Andrés tiene un registro vocal más bajo, con tonos
graves para expresar la tristeza tal y como el tema requiere.
Por
último, en el disco encontramos un bonus track, Te va a pasar una
preciosa canción dedicada a una persona muy especial para Andrés (creo que a su
hermana). Una carta que a través de bellísimas imágenes arropa a esa persona en
su vida y en lo que le espera en ella. Con apenas un susurro y su guitarra,
Andrés construye un tema precioso que cualquier padre y madre querría componer
para su hija o hijo. La música que crea la canción me transporta a ciertos
parajes norteños de la geografía española y me pregunto si no se habrá
inspirado en alguna canción tradicional de esas bellas tierras para componerla.
La
edición especial del disco, que es la que compramos, viene con otro disco que
contiene las maquetas de todas las canciones. En ellas se encuentran Andrés y
su guitarra. Es fantástico escucharlo para así ver cómo han evolucionado los
temas, pero esto tiene un riesgo. Puede pasar que las personas con una
sensibilidad poética a flor de piel se enamoren de este disco más que del otro.
Y eso es lo que le ha ocurrido a ella. A mí no, es lógico, yo necesito más para
que las canciones me lleguen (no por nada me gusta más la fase eléctrica de
Dylan que la acústica, por ejemplo), pero si realmente puedes sentir la poesía
por tus poros caerás rendido ante las maquetas del disco. A ella le ha ocurrido
porque al contrario que para mí, los instrumentos a veces no son más que obstáculos
que le impiden ver la esencia de lo que Andrés quiere transmitir con sus
canciones. Y aunque no pueda sentirlo de la misma manera que ella, sí que la
puedo entender perfectamente porque cuando la veo también me parece que la ropa
que lleva no es más que un obstáculo que me impide ver la esencia de lo más
bello de mi vida.
LA
BANDA:
Andrés
Suárez: Guitarra
acústico y voz.
Alfonso
Pérez: Piano, teclados y
programación, voces y dirección musical.
Luismi
Baladrón: Bajo y Voces.
Andrés
Litwin: Batería y
percusión.
Jan
Ozveren: Guitarras
eléctricas y acústicas, ukelele.
Marino
Saiz: Violín.
Iván
Martín: Viola.
Josep
Trescoll: Cello.
Miquel
de la Cierva: Pedal steel
guitar en Pequeña historia de Marina.
Peter
Walsh: Piano en Voy a
volver a quererte, teclados y programación en Dublín, No saben de
ti, Una noche de verano, Luz de Pregonda (piano adicional).
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